Rufino Tamayo llevó a México al mundo y trajo el mundo a México, ataja Juan Carlos Pereda, historiador de arte y especialista en la obra del pintor oaxaqueño. “Fue un hombre profundamente mexicano, pero al mismo tiempo con una identidad y vocación de pertenecer al mundo”, detalla el subdirector de colecciones del Museo Tamayo al reflexionar sobre cómo honrar al artista el día de su 30 aniversario luctuoso, que se conmemora hoy.
“Puedo caer en lugares comunes, pero en el caso de Tamayo no son frases hechas, es la realidad. A 30 años de su muerte, Tamayo es inagotable y nunca van a ser suficiente las investigaciones para lograr entender de lleno su obra”, advierte en entrevista quien trabaja en la próxima magna exposición del pintor que abordará su diálogo estrecho entre la estética moderna y los elementos de la cultura prehispánica y popular mexicana.
La exhibición será de parte del programa de reapertura del Museo Tamayo tras la intervención arquitectónica que se realiza ahora como parte del Proyecto Chapultepec. Pereda adelanta que se montarán las pinturas más emblemáticas del artista frente a su propia colección de arte prehispánico para evidenciar las relaciones directas.
“Lo popular en su obra no es un reflejo explícito sino va a encontrarse ese reflejo ya decodificado en alguna pieza utilitaria que es algo que define a la artesanía y también tiene una expresión espiritual, una expresión artística única e irrepetible fue lo que lo hizo distinto, fue lo que lo hizo un gran aportador al arte contemporáneo”, agregó sobre el pintor que vivió 25 años en el extranjero.
La aportación de Tamayo al arte, en términos de obra, fue de mil 300 óleos, entre los que se encuentran los 20 retratos que hizo de su esposa Olga Flores Rivas, 452 piezas de gráfica, 358 dibujos, 21 murales, 20 esculturas y un vitral. Obra que si bien contiene elementos de la estética nacional y referencias directas a la cultura indígena, se identifica por un lenguaje propio: formas y figuras con significados propios.
Pues si algo distinguió al miembro honorario del Colegio Nacional fue su marcada distancia con los grupos o corrientes artísticas establecidas al estar convencido de que el arte debía producirse y apreciarse desde un espíritu de libertad. Por lo que no se suscribió al compromiso político de la generación de muralistas –Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco- para sustentar un muralismo moderno que, igual que su pintura al óleo, está llena color, tradición y pensamientos casi surrealistas.
De su obra mural destaca El Día y la Noche (1964) realizado para el Museo Nacional de Antropología e Historia de México, que simboliza la lucha entre el día representado por una serpiente emplumada y la noche en la figura de un tigre. Y en su pintura de caballete sobresale Hippy en blanco (1972), expuesto en el Museo de Arte Moderno, o Dos mujeres (1981), en el Museo Rufino Tamayo.
“Para el gran público, para una decodificación de un Tamayo completo podría hablar del Homenaje a la raza india, un mural que revolucionó el muralismo mexicano, y es mucho que decir luego de la gloria de Rivera, Orozco y Siqueiros. Tamayo pinta un mural de cuatro por cinto metros que lo mismo se puede ver aquí que en Japón, París porque lo pintó para viajar y llevar un mensaje sobre lo que somos, esa raza india de la que provenimos. También resaltó la imagen de una madre tierra, una obra de una gran vitalidad del arte moderno que bien puede dialogar con internacionales como Picasso o Matisse”, resaltó.
Coleccionista prematuro
Pereda destacó que además de las cualidades como pintor, Tamayo se distinguió del resto de artistas de su época por crear una colección de arte mexicano e internacional con la intención de abrir el panorama artístico en el país. Así comenzó su acervo de arte contemporáneo que heredó al Museo Tamayo, fundado en 1981; el patrimonio inicial eran de 300 obras de 170 artistas como Pablo Picasso, Wilfredo Lam, Joan Miró y Francis Bacon, entre otros, y en 40 años suman 850 piezas en total.
“Esta colección que Tamayo inició en aquel momento histórico en 1981, era completamente inédita, un acontecimiento cultural en México porque gracias a esa energía e inteligencia que hizo Tamayo creando una colección de arte contemporáneo se fue abriendo un camino al coleccionista de arte internacional y Tamayo hizo un llamado a coleccionar. En el museo seguimos creciendo la colección y en los últimos cuatro años hemos sumado un promedio de 400 piezas principalmente por el programa Pago en especie”, apuntó.
De la obra del pintor, la última obra que adquirió el museo fue un boceto para el mural La naturaleza y el artista en la obra de arte y el público que el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura adquirió a la familia Tamayo; es el trabajo preparatorio de un mural en Massachusetts, y a decir del curador abarca la poética del artista en la pintura mural.
También destaca su interés por el arte precolombino que se materializó al inaugurarse el Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo, en 1974 en Oaxaca, con mil 300 piezas arqueológicas coleccionadas, catalogadas y donadas por el artista.
“No hay que celebrarlo como un artista muerto ni acabado, sino subrayar que está aquí a través de su obra y todavía nos ofrece mucho para estudiarlo, yo diría que en términos de investigación hace falta teorizar más su estética, así que creo que esta fecha debe ser el pretexto para acercarse al artista y descubrir la magia en sus obras”, concluyó.